martes, 13 de enero de 2015

Conoce el mecanismo por el cual tu cuerpo siente miedo

 
 

Quizás te han dicho o has leído que el sentimiento es una emoción (según los psicólogos) o un espíritu de maldad (según entes religiosos) pero recientes estudios demuestran que el miedo tiene su razón primera y esencialmente biológica y en segundo plano tiene una razón psíquica o almatica. Carlos tajer (2013)

 

 Y es que ya se veia venir este nuevo descubrimiento pues desde los estudios de Seyle y Cannon se supo que existe una serie de respuestas adaptativas a la gran exigencia, denominadas sistema de adaptación o estrés: un mecanismo de respuesta rápida frente a alarmas. Tanto la valentía como el miedo generan una respuesta biológica con aumento de liberación de mediadores del sistema simpático denominados catecolaminas (adrenalina, noradrenalina) con el consiguiente aumento del pulso y de la presión arterial. 

Hoy la humanidad puede entender el mecanismo por el cual el cual el cuerpo siente miedo a diversas situacion tales como a realizar una exposición en un salón de clases o caminar por una calle oscura. 

El órgano del miedo

El cerebro humano tiene dentro una estructura pequeña llamada amígdala cerebral, la cual ha sido considerada como el almacén del miedo. Es en esta estructura nerviosa donde se guardan durante años la vivencias traumáticas de las personas. 

La amígdala de una estadounidense demuestra el mecanismo del miedo.

En 2010, se conoció el caso de una mujer estadounidense de 44 años con la amígdala completamente dañada por una extraña enfermedad genética. La mujer, conocida como SM para preservar su anonimato, era incapaz de sentir miedo. Un grupo de investigadores encabezado por el psicólogo Justin Feinstein, de la Universidad de Iowa, siguió su pista durante más de 20 años. Rodearon a SM de serpientes y arañas venenosas, vieron con ella películas de terror, la acompañaron a sanatorios abandonados supuestamente habitados por fantasmas. Y nada. La mujer sin amígdala ni siquiera sintió miedo cuando, caminando de noche por un parque solitario, un yonqui le puso un cuchillo en la garganta y masculló: “Te voy a rajar, puta”. SM siguió andando como si escuchara La Traviata. (tomado del diario el pais) 






Según Díaz-Mataix principal investigador de la biología del miedo hoy se ha iluminado esta enigmática caja de recuerdos que es la amígdala cerebral. Su investigación se fundamenta en una hipótesis postulada en 1949 por el psicólogo canadiense Donald Hebb y sugerida hace más de un siglo por el nobel español Santiago Ramón y Cajal. “Dos células o sistemas de células que están repetidamente activas al mismo tiempo tenderán a convertirse en 'asociadas', de manera que la actividad de una facilitará la de la otra”, dejó escrito Hebb en su libro La organización de la conducta. O, dicho de manera más entendible, las neuronas de la amígdala del cerebro humano que se excitan eléctricamente tras el ataque de un perro permanecen conectadas durante años. Sus puentes eléctricos se refuerzan. Ese sería el esqueleto del recuerdo.



El equipo de Díaz-Mataix ha demostrado que la teoría de Hebb es cierta, al menos parcialmente, en los complejos cerebros de los mamíferos. Su experimento, cuyos resultados se publican en la revista científica PNAS, es una versión sofisticada del célebre perro de Pávlov, aquel can ruso que se acostumbró a escuchar un metrónomo (sustituido por una campanita en el imaginario colectivo) antes de comer y ya salivaba cada vez que escuchaba el tic tac aunque no hubiera alimento. El investigador español, en tándem con Josh Johansen, del Instituto RIKEN de Ciencias del Cerebro en Japón, sometió a decenas de ratas a un pitido de 20 segundos rematado por una descarga eléctrica de medio segundo. A partir de entonces, las ratas se quedaban paralizadas cada vez que escuchaban ese sonido. En su cerebro quedó grabado el miedo al chispazo.
Ahí empezó la sofisticación del experimento, gracias a una técnica conocida como optogenética. Los investigadores instalaron genes de algas sensibles a la luz a bordo de virus, que funcionan como taxis microscópicos, y los inyectaron en los cráneos de las ratas. Una vez insertados en las neuronas de los roedores, los genes eran capaces de producir una proteína que funciona como un interruptor de la célula, activándola o desactivándola en función de ráfagas de luz láser enviadas por los científicos.
Las ratas con la amígdala cerebral apagada eran incapaces de recordar el chispazo y carecían de conexiones reforzadas entre sus neuronas. Al mismo tiempo, activar las amígdalas de ratas que no habían sufrido la pequeña electrocución servía para generar miedo al pitido sin necesidad de ningún tipo de shock. En este último caso, según los autores, era necesario que se activaran también los receptores de noradrenalina, una molécula cerebral implicada en los procesos de atención. Sin esta activación, no había aprendizaje.



“Con una sola descarga eléctrica asociada a un pitido, las ratas ya recuerdan la experiencia toda su vida. El cerebro hace esto para afrontar los peligros. Un animal necesita aprender con una sola oportunidad, porque quizá no tenga otra”, explica el neurocientífico.
El despacho del también español Luis de Lecea, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Stanford (EEUU), se encuentra a escasos 15 metros del laboratorio en el que se desarrolló la optogenética en 2004. Desde allí, De Lecea ha sido testigo de cómo esta técnica ha revolucionado la investigación del cerebro humano. Las teorías de Hebb ya se habían prácticamente confirmado “con rodajas de cerebro” de roedores en el laboratorio, pero los experimentos de Díaz-Mataix son “una demostración elegante” en mamíferos vivos, a juicio de De Lecea.


El neurocientífico español dibuja las posibles aplicaciones de sus hallazgos. “En los enfermos con estrés postraumático, ansiedad o incluso depresión, su cerebro no es capaz de aprender que lo que una vez fue peligroso ya no lo es, y siguen respondiendo de forma exagerada”, señala. Personas que han vivido guerras, accidentes graves, violaciones o catástrofes naturales siguen sintiendo miedo y estrés una vez pasado el peligro.
La comunidad científica internacional trabaja desde hace unos años en intentar borrar esos malos recuerdos. Se basan en un proceso conocido como reconsolidación de la memoria. “Cada vez que un recuerdo sale a la luz, se pone en un estado frágil que hace que el cerebro pueda añadir cosas relevantes”, apunta Díaz-Mataix. Cuando se abre el baúl de los recuerdos es el momento de modificarlos.


Quizás este articulo ponga en duda los tratamientos psicológicos para enfrentar el miedo. No obstante con esto solo se esta demostrando la base biológica del miedo a distintas situaciones y quizás e poder de la mente mediante tratamientos psicológicos permita destrabar los puentes interneuronales que permiten que queden gravados los miedos en el cerebro. Una de las características de la ciencia es que esta es modificable a medida que se hacen nuevos descubrimientos. 

Ahora ya sabes que cuando tengas miedo escénico o a otra situación esto es por mecanismos biológicos naturales.